¿Cómo celebrásteis el Día Internacional del Enoturismo, el pasado 10 de noviembre?
Nosotros con mucho trabajo: los fines de semana de otoño nos traen un constante goteo de visitantes a nuestra bodega y calaos de Conde de los Andes, en Ollauri, donde centralizamos los servicios de atención turística.
Entre visita y visita hemos tenido tiempo de pensar y analizar la experiencia que ofrecemos. Sobre el papel, el enoturismo tiene la misión de apoyar y potenciar la marca. ¿Cómo? Con una experiencia singular, ligada a los valores propios, que contenga algún aspecto único. Y, por supuesto, que satisfaga y se recuerde.
Hay muchas formas de conseguir esa singularización: por los servicios ofrecidos, por el formato de la visita, por la historia que se da a conocer, por los vinos que se catan... En Conde de los Andes identificamos cuatro vectores principales que hacen de la experiencia en nuestra bodega algo inolvidable y algo muy eficaz para la construcción de la identidad de marca.
1. Un sitio excepcional... y excepcionalmente bien cuidado
El gran valor y el gran reclamo de Conde de los Andes son los ?calaos?, como llamamos en Rioja a las galerías que se excavan en el subsuelo para conservar el vino.
Nuestros calaos se empezaron a construir en los siglos XV y XVI y en la actualidad son considerados los más extensos en uso. Su historia impresiona tanto como su oscura y misteriosa belleza. Loss rincones atestados de decenas de miles de botellas antiguas nos hacen revivir una cultura y una pasión por el vino que se abarca varios siglos. Además, estos pasadizos han sido cuidados con mucho mimo y respeto, para que sigan siendo útiles y para que nos maravillen durante mucho tiempo.
2. La personalización
Olvidad colas, autocares llenos de turistas y visitas milimetradas. En Conde de los Andes, las características del espacio y la filosofía de atención admiten solo un grupo pequeño a la vez, de un máximo de 10-12 personas. De esta forma, la experiencia se hace muy cercana, a medida y con un toque espontáneo como la vida misma.
Nos volcamos en nuestros visitantes y muchos de ellos salen de Ollauri convertidos en amigos de la marca, de la bodega y de su gente. Buena parte de la ?culpa? la tiene nuestro equipo: Cristina y Eli ponen pasión, conocimientos y el mejor trato personal.
3. Los valores enológicos
Por muy bonita que sea una bodega, si el vino no acompaña, la propuesta se queda en nada. Se diluye, se la lleva el viento. En Conde de los Andes, ocurre lo contrario: el vino es la guinda, la cúspide de la visita, lo que redondea todo el sentido histórico, cultural y sensorial de la experiencia. No solo los vinos de las añadas vigentes, un blanco y un tinto excepcionales; también los vinos de la Colección Histórica, una selección de partidas limitadas procedentes de añadas antiguas (como 1970, 1983, 1998 o 2001), que los visitantes pueden adquirir y abrir en bodega.
4. La contagiosa sensación de ser parte en algo especial
Tiene algo de viaje al pasado, de descubrimiento, de vivencia privilegiada. Dos horas de olvidarse de todo para sumergirse en el vino, tal como era, tal como es. Además, abajo, en los inolvidables pasillos y recovecos de los calaos, no hay cobertura de móvil. Es realmente una burbuja de historia y tradición. El espacio de Conde de los Andes no deja indiferente y si a esto le sumamos la atención de nuestra guías, la cata de los vinos y la degustación de jamón ibérico al final, viviremos algo muy especial. Como solemos decir, esto es hacer turismo como cuando antes de que hubiera turismo.
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