Cada vez recibimos más comentarios acerca de lo bien que resultan los vinos de Conde de los Andes acompañando esos momentos de disfrute y comida informal fuera de las horas habituales.
Y es que los brunchs y las meriendas están en boga. ¿Qué es lo que los hace tan especiales? ¿Y por qué nuestros vinos de Ollauri se están convirtiendo en opciones vínicas perfectas para esas ocasiones?
Los encantos del brunch
¿Es un desayuno que sueña con ser almuerzo? ¿Un aperitivo que madruga? Sea lo que sea, el brunch es una fiesta. Se inventó en hogares anglosajones (la palabra viene de unir breakfast con lunch) pero en España encuentra terreno abonado: los domingos nos encanta desayunar tardíamente y en abundancia, y dejarnos llevar por esos placenteros batiburrillos que se citan en nuestras cocinas y salones.
En un buen brunch, hay café y jamón curado, dulces de mantequilla, frutas cortadas, tartas de zanahoria y tostadas con camembert. Incluso ensaladas exóticas y huevos pasados por agua. Y entre los más cocinillas, recetas con horas de elaboración. Se da el caso de personas que el sábado por la noche renuncian a salir y se quedan en casa preparando los platos del brunch dominical. Unos profesionales.
Poco a poco, está surgiendo con fuerza una nueva especie en el universo brunchiano: los eno-brunchers. Gente como nosotros que no renuncia a maridar sus brunchs con buen vino. Sabemos, por experiencia y porque así nos lo confirman, que el tinto y el blanco de Conde de los Andes funcionan a la perfección. Primero, porque su imagen luce mucho en la mesa de un brunch. Segundo, por ir muy bien con todo tipo de manjares, sobre todo con embutidos de calidad y platillos de cazuela. Tercero, porque su intensidad y su cuerpo los convierten en un protagonista más. No son vinos para acompañar, son vinos para aportar. Y no pasan desapercibidos.
Las virtudes de la merienda
Hay días en que el apetito se activa a la caída del sol. Sobre todo en esos festivos de sol radiante y buenas temperaturas, en que apetece estar al aire libre todo el tiempo posible. Pero claro, luego llega la tarde y qué hacemos, ¿nos recogemos? Para nada, es la importante hora de la merienda.
La merienda no es cosa sólo de niños. Puede llegar a ser un muy serio espacio de relación, conversación y convivencia. Y para propiciar ese bienestar, es necesario que el lado gastronómico esté bien definido y cubierto. Por aquí nos gustan especialmente las meriendas saladas. Los ibéricos y el salmón ahumado están en la parte alta de las preferencias, pero lo que se lleva la palma es la cecina y el carpaccio de vacuno. Una maravilla que convierte las lánguidas tardes dominicales en episodios casi de perdición.
La proteína intensa de la carne necesita un poco de doma, y en ese sentido Conde de los Andes tinto es el vino que nos ha garantizado meriendas memorables en cuanto a sensaciones de sabor. Chocar las copas de Conde de los Andes en un brindis de despedida finisemanal es un pequeño rito que casi nos recuerda los juramentos que los marinos hacían al zarpar a alta mar.
Brunch o merienda, merienda o brunch. Hay elecciones que no deberían ni plantearse.
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