Noticias

En recuerdo a José Luis Garayoa

En recuerdo a José Luis Garayoa

Misionero y amigo, con él iniciamos la andadura de Fundación Maga en Sierra Leona

Conocimos a José Luis Garayoa hace más de 10 años en Sierra Leona. Él se encontraba allí trabajando y su energía, fuerza y confianza nos impulsaron a construir las primeras escuelas en el país. La labor de José Luis, su vocación de ayuda y su personalidad alegre, apasionada y esperanzada siempre han inspirado a los proyectos de la Fundación Maga en este país de África Occidental.

A finales de 2020, José Luis Garayoa falleció víctima del coronavirus covid-19. Desde 2016 estaba al cargo de la misión de los Agustinos Recoletos en El Paso (Texas), volcado en atender a los inmigrantes latinos que cruzan la frontera.

Este artículo reproduce la entrevista que le hicimos en 2019 y que se publicó en el libro conmemorativo del 10º aniversario de la Fundación.

Que las declaraciones de José Luis Garayoa sirvan como recuerdo y, una vez más, como inspiración.

En recuerdo a José Luis Garayoa

Entrevista a José Luis Garayoa Misionero

"Para liberar a alguien, enséñale a valerse por si mismo"

Al llegar a Sierra Leona sentí como si me hubiese embarcado en el túnel del tiempo y retrocedido siglos. Te sientas y no sabes por donde comenzar: ¿educación?, ¿salud? ¿pastoral catequética? Y es cuando te das cuenta de que tu primera obligación es similar a la de los bomberos: apagar incendios. Con la ayuda de voluntarios españoles intentamos crear una infraestructura mínima de salud y crear un fondo para los casos que hubiese que enviar al Hospital Holy Spirit de Makeni (capital del Biriwa Chiefdom). Todos los veranos venían doctores, odontólogos, ingenieros, etc., para atender los casos más graves y dotar a la Misión de Kamabai de una estructura básica para conseguir crear una cadena alimentaria y de enseñanza.

¿Cómo conociste la Fundación Maga?
Entré en contacto con Fátima Iturriaga y Natalia Murúa y la convivencia con ellas fue fantástica, compartieron nuestra vida y nuestros sueños, y mención aparte merecen unas lentejas con que nos obsequiaron para demostrar sus conocimientos culinarios, dignas del programa MasterChef.
Durante 20 días se fue tejiendo una sincera amistad. En cada conversación Natalia me decía: "tú al que tienes que convencer es a mi hermano Javier". Dicen que suelo ser bastante persuasivo, así que acepté el reto de pasar por el tamiz del juicio de Javier Murúa. Creo que pasé el examen con nota y que el fruto de ese encuentro fue no solo la construcción de dos escuelas, dos pozos y becas universitarias, sino una bonita amistad que perdura en el tiempo y que, cuando se puede, reforzamos con el tradicional plato de patatas con carne en Bodegas Muriel, o con las rosquillas de mi hermana Isa en Viana.

¿Cómo afrontaste la vuelta a Sierra Leona después de tu secuestro en 1998?
El regreso era un compromiso moral adquirido por una promesa hecha durante mi cautiverio: "Si sobrevivo, diosito, te prometo rezar esto y aquello... y darle a este pueblo no menos de 5 años de mi vida". Tanto prometí rezar que les pedí a todos los conventos de clausura de las Hermanas Agustinas Recoletas de España que me ayudasen a pagar la deuda. Y me consta que rezaron por mí y que la oración de tantos tuvo mucho que ver en mi liberación.
Sierra Leona se convirtió en mi asignatura pendiente. Ya se iba durmiendo el deseo de la vuelta por la tardanza, cuando me ofrecieron volver porque la guerra había terminado y el desarme posibilitaba el trabajo de reconstrucción. Volví en septiembre del 2005. A los que me preguntaban si no tenía miedo, les contestaba que Dios nos daba una cuota de miedo a cada uno y que yo ya la había gastado toda en el secuestro. Además, Sierra Leona me había dejado más nostalgia que dolor. Y me había enamorado de su gente.

¿Cuál ha sido tu trabajo en Sierra Leona?
En Sierra Leona me esperaba la tarea de trabajar en desarrollo. Además, me nombraron Manager de las escuelas. Y me dieron un título: Grandpa. Todavía lo ostento orgulloso.
Si quieres liberar a alguien tienes que enseñarle a valerse por si mismo. Y para ello nada mejor que la educación. Hay un momento en el que sentado en el porche te sientes pequeño para tan inmensa tarea, y te dan ganas de regresar a tu tierra y olvidarte de tus promesas. Me desahogaba escribiendo por la noche y enviando lo escrito a familiares y amigos. Luego eso se convirtió en un blog: África en el corazón. Escribir se convirtió en algo así como el sentarte con el amigo que te escucha tomando un café. Fue el inicio de una experiencia maravillosa de voluntariado. Un sinfín de profesionales y amigos se ofrecieron a compartir mi aventura donando lo mejor que una persona puede dar: su tiempo y alegría. No me atrevo a mencionar nombres porque sería injusto olvidarme de alguien, pero el fruto de su ayuda fueron la dentistería, los talleres de carpintería, soldadura, costura, el invernadero, las vacas, los paneles solares, la casa de voluntarios, las escuelas, los pozos, las operaciones realizadas, las becas de estudios, las campañas contra la mutilación genital femenina, las capillas... Si en algún sitio he sido testigo de la Revolución que es capaz de conseguir el amor, ha sido en Sierra Leona.
Hoy que la vida me ha llevado por otros rumbos, sigo recordando (dándoles vueltas en el corazón) todos los días. Y no son pocas las veces que se me salen las lágrimas viendo fotografías de aquellos maravillosos años.

¿Qué es lo que nos separa o nos une a las personas de lugares tan diferentes?
Decir en un colegio español que 4 de cada 10 niños en Sierra Leona mueren antes de cumplir los 5 años, no toca el corazón de los oyentes: son simplemente números. Todo cambia cuando cogemos a uno de esos niños en brazos y te mira a los ojos. Nada es igual cuando se muere alguien a tu lado y tienes la seguridad de que en otro lugar y circunstancias podría haberse salvado. La indiferencia se acaba con la cercanía. Lo mejor de nosotros fluye cuando somos capaces de vencer los miedos. El miedo es el asesino del corazón humano. El miedo nos hace mirar para otro lado.
Sufrí lo indecible oyendo y leyendo opiniones cuando repatriaron a mi amigo del alma, Hermano de San Juan de Dios, Manuel García Viejo, enfermo de ébola. Decían que debía quedarse a morir en Sierra Leona y no poner en peligro a la población española. Que que asumiese las consecuencias de haber ido a África. Manuel era de Zamora, y eran españoles los que le negaban el derecho a volver a morir en su tierra. Manuel se contagió por ayudar a una niña de 15 años a dar a luz. Y dio la vida por ella porque les unía el corazón. La bondad y la maldad habitan el corazón del ser humano. Esté donde esté y viaje adonde viaje, mi corazón irá conmigo. Si es bueno, me sentiré hermano y amigo de las personas que encuentre en mi camino sin importar raza o credo. Y si es indiferente, egoísta y malo, el miedo a perder lo que considero mis derechos hará que me aísle y me separe.

¿Por qué decidiste quedarte en Sierra Leona incluso durante la epidemia de ébola?
Por amor y coherencia. He predicado hasta la saciedad que el que ama debe hacerlo en lo bueno y en lo malo, en la salud y la enfermedad. Y es precisamente en los malos momentos cuando descubres el tamaño de tu corazón.
Pasé la epidemia con Rene, mi hermano, amigo y compañero Agustino Recoleto. Sin él no habría sido posible. Nos apoyamos el uno al otro y lloramos a mares juntos por impotencia: no podíamos hacer más que correr de aldea en aldea llevando arroz, recomendando aislamiento, consolando. Hablamos de cuidarnos, porque contagiados no ayudábamos a nada. Pero en la vida diaria, era muy difícil. ¿Cómo le dices a Ibrahim, un niño que corre siempre a saludarte al llegar a su aldea, que ahora no puede abrazarte? Murió de ébola, pero me quedé con su abrazo. No podía dejarlo partir negándoselo.
Recuerdo a un anciano musulmán. Un día, saliendo de la mezquita, acompasó su paso al mío: "Grandpa, si tú te vas, ¿qué esperanza nos queda?" Lo hablamos Rene y yo muchas veces. No les dejábamos solos, no podríamos seguir con nuestra vida segura y confortable.
El Papa Francisco nos recuerda que el pastor debe de oler a oveja. Y para que el olor te impregne hay que mezclarse con ellas. Y, sobre todo, el buen pastor no huye cuando ve venir al lobo, así se llame malaria o ébola. 

¿Cuál es tu mejor y peor recuerdo del país?
En Sierra Leona fui testigo presencial de lo peor y de lo mejor del ser humano. He visto con mis propios ojos cometer atrocidades y, por otra parte, en el momento del secuestro, mientras me apuntaban en la cabeza tirado al suelo, un joven que no me conocía dijo: "don't kill father, kill me" (no matéis al Padre, matadme a mí). Me lo encontré en mi regreso al País en el hospital de Magbeseneh y me preguntó que por qué había vuelto. Le contesté que para devolverle el gesto tan hermoso que tuvo conmigo.

¿Cómo ha sido construir proyectos con nosotros?
Con Fundación Maga el mejor proyecto ha sido sentirlos mi familia. En estos momentos, en que trabajo con emigrantes en El Paso, Texas, sigo gozando de su amistad y su cariño, y me siguen dando su apoyo en las necesidades que surgen en esta nueva aventura. Julián, Javier, Natalia, Elena, Almudena, Bodegas Muriel, las rosquillas, son parte de mi vida y mis afectos para siempre.
En Sierra Leona se quedó gran parte de mi corazón. El suyo sigue latiendo en aquel país en los proyectos realizados en mi tiempo (escuelas de Kathombo y Kasengbeh con sus respectivos pozos de agua potable) y en los que siguen realizando apoyando a las Hermanas Clarisas.
Que Dios os bendiga por vuestra generosidad y os pague con creces el amor que compartís con los más pobres.