Una de las salas de cata más antiguas del mundo
Más de 500 años de historia del vino en el Calao de los Candiles
Posiblemente este calao, el espacio más amplio de todo el complejo subterráneo de la bodega de Conde de los Andes, en Ollauri, sea una de las salas de cata de vino mas antiguas del mundo.
Aquí es donde durante siglos las sucesivas familias propietarias de la bodega agasajaban a sus invitados con los vinos seleccionados para festejar la visita. A la luz de las velas, abrían las cubas y barricas, y más adelante las primeras botellas de cristal, para llenar las copas y brindar con los vinos atesorados en el silenciosa oscuridad del calao.
Hoy seguimos apegados a esa bonita tradición: a todos nuestros visitantes ofrecemos un vino de Conde de los Andes en el Calao de los Candiles. Tal y como se ha hecho durante los últimos cuatro siglos, como mínimo.
Un viaje en el tiempo: Ollauri, 1624
Primero, una confesión: este relato es ficticio. Pero es muy plausible. Nos gusta imaginar que similares episodios tuvieron lugar en las profundidades de nuestra bodega. La verdad es que recorriendo bajo tierra estos pasadizos cargados de historia, no resulta difícil desatar la imaginación.
Y así es como vemos a cinco personajes departiendo animadamente en el Calao de los Candiles. Tres de ellos parecen mercaderes. Sus ropajes cómodos, distinguidos y ahora bastante polvorientos los delatan. En efecto, son negociantes y armadores de Cádiz que han viajado hasta las montañas del Sistema Ibérico para comprar madera de roble. Estamos en los inicios del reinado de Felipe IV y la creciente navegación a América demanda cada vez más barcos, y cada vez barcos de mayor calado. Las remotas sierras de la Demanda y de Cameros guardan ingentes cantidades de materia prima para construir resistentes galeones.
Los tres gaditanos están contentos. Cerca de ahí, en el valle del Alto Najerilla, han llegado a acuerdos de aprovisionamiento con varias serrerías de la zona. Con la tranquilidad que da un buen pacto cerrado, deciden dedicar unos días a conocer los pueblos del valle del Ebro, cuyas viñas y vinos empiezan a ganar buena fama. Alguien les habla del pequeño villorrio de Ollauri, entre Haro y Briones, donde algunas familias producen exquisitos vinos en las cuevas excavadas bajo las casonas.
Tras una mañana cabalgando desde Nájera llegan a las puertas de un vetusto edificio en la parte alta de la aldea. Allí, avisados de su llegada, les reciben José Diego de Paternina e Isabel de Briñas, dueños de una de las bodegas más grandes del lugar. Tras los saludos de rigor, y antes del ágape a base de caparrones estofados y cordero a la brasa, la pareja ofrece a sus invitados probar el tesoro de la casa: el vino que elaboran con las uvas de los alrededores. Por una estrecha escalera construida, como todo el edificio, con sillares de piedra arenisca, descienden hasta la ancha cueva donde se alinean 5 pequeñas cubas de madera de castaño y roble. Es un vino de color dorado, sabor profundo y muy buenas cualidades, conservadas desde la pasada vendimia gracias al ambiente estable y fresco del calao.
Durante las últimas décadas, los predecesores de Isabel y José Diego han ampliado estas cuevas siguiendo los consejos que el estudioso talaverano Gabriel Alonso de Herrera escribiera en su tratado de 1513 'Obra de Agricultura': Una buena bodega debe ser honda, fría, enxuta, escura, de gruessas paredes, muy sano el tejado y si es doblado muy mejor".
Al cabo de un rato, entre risas y brindis, andaluces y riojanos han establecido una buena amistad. Y nuevos pactos surgen bajo la bóveda del Calao de los Candiles: los mercaderes se llevarán al sur unas cuantas cántaras de ese rico vino de la alta Rioja, que tan diferente es de su querido vino de Jerez, ese que por aquellos años está apasionando a sus colegas, los comerciantes de Inglaterra.
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