Eli y Edu, nuestros guías enoturísticos de Conde de los Andes, llevan el mismo tipo de chaleco tanto en julio como en diciembre. Un chaleco acolchado, muy estético y funcional, con el logo circular de la bodega estampado. Una prenda para todas las estaciones, sea cual sea el tiempo que haga en el exterior. Porque ahí abajo, en el legendario entramado de galerías subterráneas, siempre hace la misma temperatura.
El ambiente en los famosos Calaos de Ollauri es estable. Esto es un dato crucial. El hecho de que las temperaturas se mantengan siempre prácticamente iguales es la garantía fundamental para conseguir una perfecta crianza en botella. El paso de los años no debe verse afectado por oscilaciones térmicas, por cambios más o menos repentinos, por las olas de calor o por las jornadas heladoras en lo más crudo del invierno.
En la profundidad de la tierra, el aire tenuemente ventilado de los pasadizos preserva a la perfección botellas que superan décadas, incluso siglos. Las más antiguas datan de los años 1890, de cuando se fundó la bodega. Siempre han estado a unos 11 grados y por eso el vino que contienen muestra una complejidad y un espíritu fuera de la noción normal del tiempo. ¡Es mágico conservar vivos vinos de 60, 80 ó 100 años!
Situaciones chocantes
Al principio, los visitantes que llegan a Conde de los Andes en pleno verano se sorprenden con el ofrecimiento que les hacen los guías: ponerse un chaleco para visitar la bodega. ¿Es necesario? Por supuesto: la diferencia térmica puede superar fácilmente los 20 grados en el poco tiempo que transcurre desde que bajan de la cota de la calle hasta tres o cuatro niveles en lo más hondo de la colina de Ollauri. El recorrido descendente por las estrechas escaleras de piedra supone un cambio radical de ambiente en pocos segundos. Es como meterse en una cueva climatizada por la propia geología.
Los turistas enseguida lo entienden a la perfección. Por muy chocante que parezca en un principio, protegerse de la singular sensación de fresca humedad es casi obligatorio.
Pero a la inversa también hay lugar para la sorpresa. En los días más fríos del año, bajar a los Calaos supone entrar en un mundo mucho más agradable y protegido. Fuera, en las calles del pueblo, las temperaturas están a 3 o 4 grados. Abajo, siguen a 10 u 11. Mientras tanto, las botellas permanecen tan felices en su estable y tranquila existencia.
Si venís a Conde de los Andes, preparaos para estas pequeñas prodigios que enriquecen aún más la experiencia del mejor turismo del vino. ¡Os esperamos en los Calaos!
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