Estamos en los primeros meses de la añada 2018 de Muriel Crianza. Nuestro pequeño gran vino está llegando a su momento pletórico. Descorchamos, y su aroma atrae por la frescura de frutas que parecen recién cogidas: toques de fresas, de cerezas, de fragancias de jardín. A quien conozca nuestras viñas de Rioja Alavesa, en nariz Muriel Crianza le sugerirá esa particular frontera que aparece entre las parcelas de viña, de suelos claros, arcillo-calcáreos, bien trabajados, y los bosquetes de pequeñas coscojas y de monte bajo: tomillo, aulagas, matas de romero?
Nuestra tierra es casi el último confín de esa cara tan mediterránea. Un poco más arriba, tras el cresterío de las sierras de Cantabria y Toloño, el bosque se vuelve húmedo y atlántico. Algo de esa influencia norteña se percibe en el sabor de Muriel Crianza: una nota de frescura, de vegetación umbría.
Qué compendio de sensaciones. En ese equilibrio está el éxito de nuestro vino. Un poco de aquí, una influencia de más allá y, por encima de todo, un trabajo de tiempo y bodega, con la vocación de agradar y convencer.
Empezábamos estas líneas por la tarde y, casi sin darnos cuenta, llega la hora de cenar. Por supuesto: una copa de Muriel Fincas de la Villa Crianza es la mejor forma de acompañar platos cotidianos como una buena pizza, embutidos y quesos, una hamburguesa o unos clásicos huevos fritos con chorizo.
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