Ollauri mantiene una vinculación con el agua que se pierde en las nieblas de la historia. Empezando por lo más visible, hay que hablar del río Zamacas, afluente del cercano Ebro y de cuya importancia en el pasado dan fe dos antiguos molinos.
Su curso serpentea por la parte baja del pueblo en dirección al vecino núcleo de Gimileo. Más allá se ramifica en estrechos arroyuelos, que aún hoy sirven de riego para las numerosas huertas que jalonan los últimos metros del Zamacas hasta su desembocadura, ya en el término de Briones.
El agua no solo fluye a la vista, pues el subsuelo de Ollauri está hidratado por infinidad de vetas acuosas. La singular geología arenisca de la zona favorece la filtración y el goteo constante. Numerosas paredes de los calaos de Conde de los Andes aparecen mojadas y brillantes, y no es porque nos dediquemos a pasar un paño constantemente. El ejemplo más vistoso se encuentra al final del Calao de los Gallegos, donde la galería queda abruptamente detenida por una pequeña falla del terreno. Quizá cuesta apreciarlo en la imagen, pero por la superficie de la roca bajan pequeños regueros que llegan a formar incipientes estalactitas.
Antes de la canalización del agua, realizada en 1960, parte de las filtraciones de esas vetas salía al exterior y confluía hacia las pequeñas acequias construidas con cantos rodados a lo largo de las principales calles que descendían desde el barrio de bodegas, en la parte alta del pueblo y a los pies del cerro Churrumendi.
Hasta hace 60 años, como apuntábamos, las casas de Ollauri carecían de agua corriente. Los vecinos se proveían de tan básico elemento en la fuente de la plaza, pero algunas casas, las más pudientes, disponían de su propio pozo. Era el caso de la familia Paternina, que siglos atrás, en un alarde de poderío, excavó un pozo en el interior de sus calados. Es decir, en lo que hoy es la bodega subterránea de Conde de los Andes. El itinerario de las visitas pasa, de hecho, por encima de ese pozo, hoy cerrado por una tapa de cristal, como mostramos en la fotografía al pie de estas líneas. En la década de 1950, durante un cierto tiempo, los entonces arrendatarios de la bodega permitieron a todo el barrio ir a coger agua del pozo en cuestión. Los vecinos "particularmente ellas, pues las mujeres eran las encargadas de acarrear el agua" se ahorraron el trabajo de bajar hasta la fuente y volver a subir a sus casas con el agua a cuestas. Fueron meses de auténtica dicha.
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