La respuesta está clara: primordialmente agua. Cortos y frecuentes sorbos de la botella o la cantimplora hacen llevadero el esfuerzo de encorvarse, cortar los racimos, llenar los cestos y volcar la uva en el remolque.
Eso sí, cuando el descanso puede alargarse y llega la hora de almorzar entre las vides, tenemos dos opciones favoritas, dos vinos que van muy bien para esos momentos de vendimia por su identidad muy enraizada al campo.
Por un lado, el Rosado de Muriel Fincas de la Villa. Elaborado con uvas de garnacha, es tan limpio y brillante como uno de esos atardeceres de otoño, de cielos diáfanos y suaves. Nos encanta tomarlo directamente de la bota, que hemos puesto previamente al fresco. Es puro e intenso, y a la vez muy versátil. Lo solemos tomar con cazuelas de arroz, con caldos reconfortantes y pollo estofado. Con pan y queso es un placer sencillo, de los que hacen exclamar "por qué más".
Por otro, Viña Eguía Tempranillo, un sabroso vino de tempranillo con seis meses de barrica de roble. Equilibrado, fresco, limpio y muy vivo, es como beberse el viñedo riojano. Auténtico y vocacionalmente moderno, lo solemos tomar cuando asamos pancita, solomillo de cerdo y, sobre todo, pimientos rojos de nuestra huerta. Una delicia.
Estas dos recomendaciones para los días de vendimia saben aún mejor directamente del porrón. Y siempre en buena compañía.
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