En un extremo de la ría de Arousa, cerca de nuestras viñas emparradas de Pazo Cilleiro, dos viejísimas torres en ruinas protegen la desembocadura del río Ulla, puerta de entrada natural a Santiago de Compostela. Esas fortificaciones se levantaron hace más de mil años como defensa ante las incursiones vikingas.
Crédito: Manuel aka mChuca on Flickr-CC BY SA2.0
Durante varios siglos, las expediciones de los nórdicos sembraron el terror en las costas atlánticas de Europa, desde Holanda e Inglaterra hasta el sur de la Península Ibérica. A bordo de sus rápidos y manejables drakkar, los vikingos llegaron también a las rías de Galicia, que ellos llamaban Jakobsland, "la tierra de Santiago". De hecho, saquear la rica ciudad apostólica de Compostela solía ser el objetivo que llevaban en mente los guerreros escandinavos.
Lo que ocurrió es que en sus frecuentes razias descubrieron algo que les encantó: el vino de las Rías Baixas. Legado de los romanos, la viticultura ya tenía presencia en la zona. Es muy dudoso que por entonces, en los siglos IX, X y XI, el albariño se contara entre las variedades cultivadas en las Rías Baixas, pero podemos imaginar que los vinos de entonces hicieron las delicias de los feroces nórdicos, un pueblo de cultura cervecera.
Podemos pensar, también, que aquellos vinos contribuyeron a apaciguar su sed de sangre y botín. Con los años y el desarrollo del comercio, la gente del Norte se fue calmando. En 1108, tan solo 80 años después del último saqueo, encontramos a todo un rey de Noruega, Sigurd I Magnusson, siguiendo como peregrino la vía marítima del Camino de Santiago. Su navío real, cargado de monjes y cortesanos, remontó la ría de Arousa y pasó en son de paz frente a las Torres del Oeste, justo donde quizá el abuelo del mismo Sigurd había masacrado a unos cuantos defensores cristianos. Piruetas de la historia.
La fiesta vikinga
El primer domingo de agosto, el entorno de las Castellum Honesti, o Torres del Oeste, ve aparecer un temible drakkar. Los vecinos de Catoira y otros pueblos de la zona recrean el desembarco de la banda del conde danés Ulf, apodado El Gallego, el último de los capitostes nórdicos que saqueó las rías, en 1028. Esta Romería Vikinga llena el aire de los gritos de los nórdicos mientras el delicioso albariño desborda los cuernos huecos que, como se sabe, siempre han usado los vikingos a modo de copa.
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